I.
"PROEMIO"
52.
LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA EN EL MISTERIO
DE CRISTO
El benignísimo y
sapientísimo Dios, queriendo llevar a término la redención del mundo,
"cuando llegó el fin de los tiempos, envió a su Hijo hecho de Mujer...
para que recibiésemos la adopción de hijos" (Gál., 4, 4-5). "El cual
por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación descendió de los cielos, y
se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen"[172]. Este
misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que
el Señor constituyó como su Cuerpo y en
ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo"[173].
ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria "en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo"[173].
53.
LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA
En efecto, la Virgen
María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y
en su cuerpo y trajo la Vida al mundo, es reconocida y honrada como verdadera
Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros
méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está
enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo y,
por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con
un don de gracia tan eximia, antecede, con mucho, a todas las criaturas
celestiales y terrenas. Al mismo tiempo está unida en la estirpe de Adán con
todos los hombres que necesitan ser salvados; más aún: es verdaderamente madre
de los miembros (de Cristo)... por haber cooperado con su amor a que naciesen
en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza"[174]. Por
eso también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la
Iglesia, su prototipo y modelo eminentísimos en la fe y caridad y a quien la
Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de
piedad como a Madre amantísima.
54.
INTENCIÓN DEL CONCILIO
Por eso, el Sacrosanto
Sínodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el Divino Redentor
realiza la salvación, quiere explicar cuidadosamente tanto la función de la
Bienaventurada Virgen María en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo
Místico, como los deberes de los hombres redimidos hacia la Madre de Dios,
Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los fieles, sin que
tenga la intención de proponer una completa doctrina de María, ni tampoco
dirimir las cuestiones no aclaradas totalmente por el estudio de los teólogos.
Conservan, pues, su derecho las sentencias que se proponen libremente en las
escuelas católicas sobre Aquella que en la Santa Iglesia ocupa después de
Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nosotros[175].
II.
OFICIO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA
ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN
55. LA MADRE DEL MESÍAS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
La Sagrada Escritura del
Antiguo y del Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran en forma cada
vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación
y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo
Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara, paso a
paso, el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como
son leídos en la Iglesia y son entendidos a la luz de una ulterior y más plena
revelación, cada vez con mayor claridad iluminan la figura de la mujer Madre
del Redentor. Ella misma, es esbozada bajo esta luz profeticamente en la
promesa de victoria sobre la serpiente, dada a nuestros primeros padres, caídos
en pecado (cf. Gén., 3, 15). Así también, ella es la Virgen que concebirá y
dará a luz un Hijo cuyo nombre será Emanuel (Cf. Is., 7, 14; Miq., 5, 2-3; Mt.,
1, 22-23). Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de
El con confianza esperan y reciben la salvación. En fin, con ella, excelsa Hija
de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos
y se inaugura la nueva Economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la
naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de su
carne.
56.
MARÍA EN LA ANUNCIACIÓN
El Padre de las
misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de
la madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así
también contribuyera a la vida. Lo cual vale en forma eminente de la Madre de
Jesús, que dio al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas, y que fue
enriquecida por Dios con dones correspondientes a tan gran oficio. Por eso no
es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios la
toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu
Santo y hecha una nueva criatura[176]. Enriquecida desde el primer instante de
su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen Nazarena
es saludada por el ángel por mandato de Dios como "llena de gracia"
(cf. Lc., 1, 28), y ella responde al enviado celestial: "He aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc., 1, 38). Así María,
hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y abrazando
la voluntad salvífica de Dios, con generoso corazón y sin el impedimento de
pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la
Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo El y con El, por la gracia de
Dios omnipotente, al misterio de la Redención. Con razón, pues, los Santos
Padres consideran a María, no como un mero instrumento pasivo en las manos de
Dios, sino como cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia.
Porque ella, como dice San Ireneo, "obedeciendo fue causa de su salvación
propia y de la de todo el género humano"[177]. Por eso no pocos Padres
antiguos en su predicación, gustosamente afirman con él: "El nudo de la
desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María: lo que ató la
virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe"[178];
y comparándola con Eva, llaman a María "Madre de los vivientes"[179],
y afirman con mucha frecuencia: "la muerte vino por Eva, por María la
vida"[180].
57.
LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y EL NIÑO JESÚS
La unión de la Madre con
el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la
concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María
se dirige presurosa a visitar a Isabel, es saludada por ella como
bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de
gozo (cf. Lc., 1, 41-43) en el seno de su madre; y en la Natividad, cuando la
Madre de Dios, llena de alegría muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo
primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal[181]. Y
cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo
tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que
una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se manifestasen los
pensamientos de muchos corazones (cf. Lc., 2, 34-35). Al Niño Jesús perdido y
buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el templo, ocupado en las cosas
que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Pero su Madre
conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. Lc., 2, 41-51).
58.
LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN EL MINISTERIO
PÚBLICO DE JESÚS
En la vida pública de
Jesús, su Madre aparece significativamente: ya al principio durante las bodas
de Caná de Galilea, movida a misericordia, consiguió por su intercesión el
comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn., 2, 1-11). En el decurso de
la predicación de su Hijo acogió las palabras con las que (cf. Lc., 2, 19 y
51), elevando el Reino de Dios sobre los motivos y vínculos de la carne y de la
sangre, proclamó bienaventurados a los que oían y observaban la palabra de
Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Mc., 3, 35 par.; Lc., 11, 27-28). Así
también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo
fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino,
se mantuvo de pie (cf. Jn., 19, 25), sufrió profundamente con su Unigénito y se
asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la
inmolación de la víctima concebida por Ella misma, y finalmente, fue dada como
Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas
palabras: "[exclamdown]Mujer, he ahí a tu hijo!" (cf. Jn., 19,
26-27)[182].
59.
LA BIENAVENTURADA VIRGEN DESPUÉS DE LA
ASCENSIÓN
Queriendo Dios no
manifestar solemnemente el sacramento de la salvación humana antes de derramar
el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los Apóstoles antes del día de
Pentecostés "perseverar unánimemente en la oración, con las mujeres y
María, la Madre de Jesús, y los hermanos de El" (Hech., 1, 14), y a María
implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, el cual ya la había
cubierto con su sombra en la Anunciación. Finalmente, la Virgen Inmaculada,
preservada inmune de toda mancha de culpa original[183], terminado el curso de
su vida terrena, en alma y en cuerpo fue asunta a la gloria celestial[184] y
enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más
plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Apoc., 19, 16) y vencedor del
pecado y de la muerte[185].
III.
LA BIENAVENTURADA VIRGEN Y LA IGLESIA
60. MARÍA, ESCLAVA DEL SEÑOR, EN LA OBRA DE LA REDENCIÓN Y DE LA
SANTIFICACIÓN
Uno solo es nuestro
Mediador según la palabra del Apóstol: "Porque uno es Dios y uno el
Mediador de Dios y de los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí
mismo como precio de rescate por todos" (I Tim., 2, 5-6). Pero la función
maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye
esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo
el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres, no
nace de ninguna necesidad, sino del divino beneplácito y brota de la
superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella
depende totalmente y de la misma saca toda su eficacia, y lejos de impedirla,
fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.
61.
MATERNIDAD ESPIRITUAL
La Bienaventurada Virgen,
predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios junto con la
Encarnación del Verbo divino por designio de la Divina Providencia, fue en la
tierra la benéfica Madre del Divino Redentor y en forma singular la generosa
colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.
Concibiendo a Cristo,
engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo
con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular,
por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la
restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra
Madre en el orden de la gracia.
62.
MEDIADORA
Y esta maternidad de
María perdura si cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que
prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie
de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez
asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa
alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna
salvación[186]. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que
peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado
hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en
la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro,
Mediadora[187]. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni
agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador[188].
Porque ninguna criatura
puede compararse jamás con el Verbo Encarnado, nuestro Redentor; pero así como
del sacerdocio de Cristo participan de varias maneras, tanto los ministros como
el pueblo fiel, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente en
formas distintas en las criaturas, así también la única mediación del Redentor
no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que
participa de la fuente única.
La Iglesia no duda en
atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo
recomienda al amor de los fieles, para que, apoyados en esta protección
maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.
63.
MARÍA, COMO VIRGEN Y MADRE, TIPO DE LA IGLESIA
La Bienaventurada Virgen,
por el don y el oficio de la maternidad divina, con que está unida al Hijo
Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente
a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, como ya enseñaba San
Ambrosio; a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión
con Cristo[189]. Porque en el misterio de la Iglesia, que con razón también es
llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando
en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre[190]; pues
creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto
sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, prestando
fe sin sombra de duda, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio
a luz al Hijo, a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos
(Rom., 8, 29); a saber: los fieles, a cuya generación y educación coopera con
materno amor.
64.
FECUNDIDAD DE LA VIRGEN Y DE LA IGLESIA
Ahora bien: la Iglesia,
contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente
la voluntad del Padre, también ella es madre, por la palabra de Dios fielmente
recibida; en efecto, por la predicación y el bautismo engendra para la vida
nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de
Dios. Y también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fidelidad
prometida al Esposo e imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del
Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la
sincera caridad[191].
65.
VIRTUDES DE MARÍA QUE HAN DE SER
IMITADAS POR LA IGLESIA
Mientras que la Iglesia
en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin
mancha ni arruga, (cf. Ef., 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en
crecer en la santidad venciendo el pecado: y por eso levantan sus ojos hacia
María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de
virtudes. La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola a
la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en
el altísimo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo.
Porque María, que habiendo participado íntimamente en la historia de la
Salvación, en cierta manera une en sí y refleja las más grandes verdades de la
fe, al ser predicada y honrada, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su
sacrificio y hacia el amor del Padre. La Iglesia, a su vez, buscando la gloria
de Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente
en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y siguiendo en todas las cosas la
divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la
Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu
Santo y nacido de la Virgen precisamente, para que por la Iglesia nazca y
crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo
de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que
en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres.
IV.
CULTO DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN EN LA
IGLESIA
66. NATURALEZA Y FUNDAMENTO DEL CULTO
María, que por la gracia
de Dios, después de su Hijo, fue exaltada por encima de todos los ángeles y los
hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de Dios, que tomó parte en los
misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y,
en efecto, desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada
con el título de "Madre de Dios", a cuyo amparo los fieles en todos
sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas[192]. Especialmente desde el
Concilio de Efeso, el culto del pueblo de Dios hacia María creció
admirablemente en la veneración y el amor, en la invocación e imitación, según
las palabras proféticas de ella misma: "Me llamarán bienaventurada todas
las generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el Poderoso" (Lc., 1,
48). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia aunque es del todo
singular, difiere esencialmente del culto de adoración, que se da al Verbo
Encarnado lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo promueve
poderosamente. Pues las diversas formas de la piedad hacia la Madre de Dios,
que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina sana y
ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la índole y
modo de ser de los fieles, hacen que mientras se honra a la Madre, el Hijo, en
quien fueron creadas todas las cosas (cf. Col., 1, 15-16) y en quien "tuvo
a bien el Padre que morase toda la plenitud" (Col., 1, 19), sea
debidamente conocido, amado, glorificado y sean cumplidos sus mandamientos.
67.
ESPÍRITU DE LA PREDICACIÓN Y DEL CULTO
El Sacrosanto Sínodo
enseña deliberadamente esta doctrina católica y exhorta al mismo tiempo a todos
los hijos de la Iglesia a que cultiven generosamente el culto, sobre todo
litúrgico, hacia la Bienaventurada Virgen, como también estimen mucho las
prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella, recomendados en el curso de los
siglos por el Magisterio, y que observen religiosamente aquellas cosas que en
los tiempos pasados fueron decretadas acerca del culto de las imágenes de
Cristo, de la Bienaventurada Virgen y de los santos[193]. Asimismo exhorta
encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la divina palabra que se
abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una
excesiva estrechez de espíritu, al considerar la singular dignidad de la Madre
de Dios[194]. Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos
Padres y doctores y de las liturgias de la Iglesia, bajo la dirección del
Magisterio, ilustren rectamente los dones y privilegios de la Bienaventurada
Virgen, que siempre están referidos a Cristo, origen de toda verdad, santidad y
piedad. Aparten con diligencia todo aquello que, sea de palabra, sea de obra,
pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otros acerca de
la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden, por su parte, los fieles que la
verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en
vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, que nos lleva a reconocer
la excelencia de la Madre de Dios y nos excita a un amor filial hacia nuestra
Madre y a la imitación de sus virtudes.
V.
MARÍA, SIGNO DE ESPERANZA CIERTA Y
CONSUELO PARA EL PUEBLO DE DIOS PEREGRINANTE
68. Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en
los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y principio de la Iglesia que ha de
ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día
del Señor (cf. 2 Pe., 3, 10), brilla ante el pueblo de Dios peregrinante, como
signo de esperanza segura y de consuelo.
69. Ofrece gran gozo y consuelo a este Sacrosanto Sínodo el hecho de que tampoco
falten entre los hermanos separados quienes tributan debido honor a la Madre
del Señor y Salvador, especialmente entre los Orientales, que van a una con
nosotros por su impulso fervoroso y ánimo devoto en el culto de la siempre
Virgen Madre de Dios[195]. Ofrezcan todos los fieles súplicas insistentes a la
Madre de Dios y Madre de los hombres, para que Ella, que estuvo presente a las
primeras oraciones de la Iglesia, ensalzada ahora en el cielo sobre todos los
bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda
también ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos, tanto los que
se honran con el nombre cristiano, como los que aún ignoran al Salvador, sean
felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para
gloria de la Santísima e individua Trinidad.
Todas y cada una de las
cosas establecidas en esta Constitución dogmática fueron del agrado de los
Padres. Y Nos, con la potestad Apostólica conferida por Cristo, juntamente con
los Venerables Padres, en el Espíritu Santo, las aprobamos, decretamos y
establecemos y mandamos que, decretadas sinodalmente, sean promulgados para
gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, día 21 de Noviembre de 1964.
Yo PAULO, Obispo de la Iglesia Católica
Siguen las firmas de los Padres
DE LAS ACTAS DEL SACROSANTO CONCILIO ECUMENICO VATICANO II
NOTIFICACIONES HECHAS POR EL EXCMO. SECRETARIO GENERAL DEL S. CONCILIO EN
LA CONGREGACION GENERAL 103, EL DIA 16 DE NOV. DE 1964
Se ha preguntado cuál deba ser la calificación teológica de la doctrina
expuesta en el Esquema sobre la Iglesia que se somete a votación.
La Comisión doctrinal ha respondido a la pregunta, al examinar los Modos
que se refieren al capítulo tercero del Esquema sobre la Iglesia, con estas
palabras:
"Como consta de por sí, el texto del Concilio se ha de interpretar
siempre según las reglas generales conocidas por todos".
Con esta ocasión la Comisión Doctrinal remite a su Declaración del 6 de
marzo de 1964, cuyo texto transcribimos:
"Teniendo en cuenta el uso conciliar y el fin pastoral del presente
Concilio, este Santo Sínodo define como doctrina que debe ser tenida por la
Iglesia solamente aquellas cosas de fe y costumbres que él haya declarado
manifiestamente como tales.
Las demás cosas que propone el S. Sínodo, puesto que son doctrina del
Supremo Magisterio de la Iglesia, deben ser aceptadas y abrazadas por todos y
cada uno de los fieles según la mente del mismo S. Sínodo, la cual se conoce,
bien sea por la materia tratada, bien por el tenor de la expresión, según las
normas de interpretación teológica".
Se comunica además a los Padres por mandato de la Autoridad Superior una
nota explicativa previa de los Modos sobre el capítulo tercero del Esquema
sobre la Iglesia. La doctrina en este capítulo, se debe entender según la mente
y los términos de esta nota.
NOTA EXPLICATIVA PREVIA
"La Comisión ha decidido poner al frente de la discusión de los
Modos las siguientes observaciones generales:
1a. El Colegio no se entiende en un sentido estrictamente jurídico, es
decir, de una asamblea de iguales que confieran su propio poder a quien los
preside, sino de una asamblea estable, cuya estructura y autoridad deben
deducirse de la Revelación. Por este motivo, en la respuesta al Modo 12 se dice
explícitamente de los Doce que el Señor los constituyó "a modo de colegio,
es decir, de grupo estable". Cf. también Modo 53, c. c. Por la misma razón
se aplican también con frecuencia al Colegio de los Obispos las palabras
"Orden" o "Cuerpo". El paralelismo entre Pedro y los demás
Apóstoles, por una parte, y el Sumo Pontífice y los Obispos, por otra, no
implica la transmisión de la potestad extraordinaria de los Apóstoles a sus
sucesores, ni, como es evidente, la igualdad entre la Cabeza y los miembros del
Colegio, sino solamente proporcionalidad entre la primera relación
(Pedro-Apóstoles) y la segunda (Papa-Obispos). Por lo que la Comisión determinó
escribir en el n. 22 no del "mismo" sino por "semejante"
modo. Cf. Modo, 57.
2a. El carácter de miembro del Colegio se adquiere por la consagración
episcopal y por la comunión jerárquica con la Cabeza y los miembros del
Colegio. Cf., n. 22
1 al fin.
En la consagración se da una participación ontológica de los oficios
sagrados, como consta, sin duda alguna, por la Tradición, aun la litúrgica.
Intencionadamente se emplea la palabra "oficios" y no la palabra
"potestades", porque esta última podría entenderse de la potestad
expedita para el ejercicio. Para que se tenga tal potestad expedita, debe
añadirse determinación jurídica o canónica por la autoridad jerárquica. Esta
determinación de la potestad puede consistir en la concesión de un oficio
particular o en la asignación de súbditos, y se confiere de acuerdo con las
normas aprobadas por la suprema autoridad. Esta norma ulterior está requerida
por la propia naturaleza de la cosa, ya que se trata de oficios que deben
ejercerse por muchos sujetos, que cooperan jerárquicamente por voluntad de
Cristo. Es evidente que esta "comunión" en la vida de la Iglesia fue
aplicada, según las circunstancias de cada época, antes que quedase como
codificada en el derecho.
Por eso, de forma explícita se afirma que se requiere la comunión
jerárquica con la Cabeza y miembros de la Iglesia. La comunión es una noción
que fue tenida en gran honor en la Iglesia antigua (como hoy también sucede
sobre todo en el Oriente). Su sentido no es un vago afecto, sino una realidad
orgánica, que exige forma jurídica y al mismo tiempo está animada por la
caridad. Por lo que la Comisión determinó, casi con unánime consentimiento, que
había de escribirse "en la jerárquica comunión". Cf. Mod., 40, y
también lo que se dice de la misión canónica, n. 24, pág. 67, líneas 17-24.
Los documentos de los Sumos Pontífices contemporáneos sobre la
jurisdicción de los Obispos deben interpretarse en el sentido de esta necesaria
determinación de potestades.
3a. Del Colegio, que no se da sin su Cabeza, se dice: "Que es sujeto
también de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal".
Necesariamente hay que admitir esta afirmación para no poner en peligro la
plenitud de potestad del Romano Pontífice. Porque el Colegio comprende siempre
y de forma necesaria su propia Cabeza, la cual conserva en el seno del Colegio
íntegramente su función de Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal.
En otras palabras, la distinción no se da entre el Romano Pontífice y los
Obispos colectivamente considerados, sino entre el Romano Pontífice
separadamente y el Romano Pontífice junto con los Obispos. Por ser el Sumo
Pontífice la Cabeza del Colegio, él por sí solo puede realizar ciertos actos
que de ningún modo competen a los Obispos; por ejemplo, convocar y dirigir al
Colegio, aprobar las normas de acción, etc. Cf. Mod., 81. Pertenece al juicio
del Sumo Pontífice, a quien está confiado el cuidado de todo el rebaño de Cristo,
determinar, según las necesidades de la Iglesia, que varían con el decurso del
tiempo, el modo que convenga tener en la realización de dicho cuidado, ya sea
un modo personal o un modo colegial. El Romano Pontífice, en el ordenar,
promover, aprobar el ejercicio colegial, mirando al bien de la Iglesia, procede
según su propia discreción.
4a. El Sumo Pontífice, como Pastor Supremo de la Iglesia, puede ejercer
libremente su potestad en todo tiempo, como lo exige su propio ministerio. El
Colegio, sin embargo, aunque existe siempre, no por ello actúa en forma
permanente con una acción estrictamente colegial, como consta por la Tradición
de la Iglesia. Con otras palabras, no siempre se halla "en plenitud de
ejercicio"; más aún, sólo actúa a intervalos con actividad estrictamente
colegial, y sólo "con el consentimiento de su Cabeza". Se dice
"con el consentimiento de su Cabeza" para que no se piense en una
dependencia de algún extraño, por así decirlo; el término
"consentimiento" evoca, por el contrario, la comunión entre la Cabeza
y los miembros, e implica la necesidad del acto que compete propiamente a la
Cabeza. Esto se afirma explícitamente, y se explica allí al fin. La fórmula
negativa "sólo" comprende todos los casos, por lo que es evidente que
las normas aprobadas por la suprema Autoridad deben observarse siempre. Cf.
Mod. 84.
En todo ello aparece claro que se trata de la unión de los Obispos con su
Cabeza y nunca de la acción de los Obispos independientemente del Papa. En este
caso, al faltar la acción de la Cabeza, los Obispos no pueden actuar como
Colegio, como lo prueba la misma noción de "Colegio". Esta comunión
jerárquica de todos los Obispos con el Sumo Pontífice está reconocida
solemnemente sin duda alguna en la Tradición.
N.B. Sin la comunión jerárquica no puede ejercerse el oficio sacramental-
ontológico, el cual debe distinguirse del aspecto canónico-jurídico. La
Comisión juzgó, sin embargo, que no debía entrar en las cuestiones de licitud y
validez, las cuales quedan a la discusión de los teólogos, especialmente en lo
que toca a la potestad que de hecho se ejerce entre los Orientales separados y
sobre cuya explicación existen varias sentencias".
PERICLES FELICI Arzobispo tit. de Samosata Secretario General del S.
Concilio Ecuménico Vaticano II
[172] Credo en la Misa Romana: Símbolo Constantinopolitano: Mansi, 3,
566. Cf. Conc. de Efeso, ib. 4, 1130 (además ib., 2, 665 et 4, 1071); Conc. de
Calcedonia, ib. 7, 111-116; Conc. Constantinopolitano II, ib. 9, 375-396.
[173] Canon de la Misa Romana.
[174] S. Augustín, De S. Virginitate, 6: PL 40, 399.
[175] Cf. Paulo Pp.
VI, Allocutio in Concilio, die 4 dic. 1963: AAS 56 (1964), p. 37.
[176] Cf. S. Germán
Const., Hom. in Annunt. Deiparae: PG 98, 328 A; In Dorm., 2: col. 357.
Anastasio Antioq., Serm., 2. de Annunt., 2: PG 89, 1377 AB; Serm., 3, 2: col.
1388 Andrés Cret., Can. in B. V. Nat., 4: PG 97, 1321 B. In B. V. Nat., 1: col.
812 A. Hom. in dorm., 1: col. 1.068 C. S. Sofronio, Or. 2 in Annunt., 18: PG 87
(3), 3237 BD.
[177] S. Ireneo,
Ad. Haer., III, 22, 4: PG 7, 959 A; Harvey, 2, 123.
[178] S. Ireneo,
ibidem; Harvey, 2, 124.
[179] S. Epifanio,
Haer., 78, 18: PG 42, 728 CD-729 AB.
[180] S. Jerónimo,
Epist., 22, 21: PL 22, 408. Cf. S. Agustín, Serm., 51, 2, 3: PL 38, 335; Serm.,
232, 2: col. 1.108. S. Cirilo de Jer.,
Catech., 12, 15: PG 33, 741 AB. S. Juan Crisóstomo, In Ps., 44, 7: PG 55, 193. S. Juan Damasceno,
Hom., 2 in dorm., B. M. V., 3: PG 96, 728.
[181] Cf. Conc. Lateranense, del año 649, Can. 3: Mansi, 10, 1.151. S. León M., Epist. ad
Flav.: PL 54, 759, Conc. Calcedonense: Mansi, 7, 462 S. Ambrosio, De instit.
virg.: PL 16, 320.
[182] Cf. Pío XII, Litt. Encycl. Mystici Corporis, 29 jun. 1943: AAS 35
(1943), pp. 247-248.
[183] Cf. Pío IX, Bulla Ineffabilis, 8 dic. 1854: Acta Pii IX, 1, I, p.
616; Denz., 1641 (2803).
[184] Cf. Pío XII,
Const. Apost. Munificentissimus, 1 nov. 1950: AAS 42 (1950); Denz., (3903). Cf.
Juan Damas- ceno, Enc. in dorm. Dei genitricis. Hom., 2 et 3: PG 96, 722-762,
en especial col. 728 B. S. Germán Constantinop., In S. Dei gen. dorm. Serm., 1: PG 98 (3), 340-348; Serm., 3: col. 362. S. Modesto de
Jerusalén, In dorm. SS.
Deiparae: PG 86 (2); 3277-3311.
[185] Cf. Pío XII,
Litt. Encycl. Ad coeli Reginam, 11 oct. 1954: AAS 46 (1954), pp. 633-636;
Denz., 3.913 s. Cf. S. Andrés Cret., Hom. 3 in dorm. SS. Deiparae: PG 97, 1090-1109, S. Juan Damasceno, De fide orth., IV, 14:
PG 03, 1153-1168.
[186] Cf. Kleutgen, texto corregido De mysterio Verbi incarnati, cap. IV: Mansi, 53, 290.
Cf. S. Andrés Cret., In nat. Mariae, sermo 4: PG 97. 865 A. S. Germán
Constantinop., In ann. Deiparae: PG 98, 322 BC. In dorm. Deiparae, III: col. 362 D. S. Juan Damasceno, In dorm. B. V. Mariae, 1:
PG 96, 712 BC-713 A.
[187] Cf. León
XIII, Litt. Encycl. Adiutricem populi, 5 sept. 1895: AAS 15 (1895-96), p. 303.
S. Pío X, Litt. Encycl. Ad diem illum, 2 febr. 1904: Acta, I, p. 154; Denz.,
1978 a (3370). Pío XI, Litt. Encycl.
Miserentissimus, 8 mayo 1928: AAS 20 (1928), p. 178. Pío XII, Nuntius Radioph.,
13 mayo 1946: AAS 38 (1964), p. 266.
[188] S. Ambrosio, Epist., 63: PL 16, 1218.
[189] S. Ambrosio, Expos. Lc., II, 7: PL 15, 1555.
[190] Cf. Ps. -
Pedro Dam., Serm. 63: PL 144, 861 AB. Godofredo de S. Víctor, In nat. B. M., Ms. París, Mazarine, 1002 fol. 109 r.
Gerhohus Reich. De gloria et honore Filii hominis, 10: PL 194, 1105 AB.
[191] S. Ambrosio, l. c. et Expos. Lc. X, 24-25: PL 15, 1810. S. Agustín,
In Io. Tr., 13, 12: PL 35, 1499. Cf. Serm. 191, 2, 3: PL 38, 1010, etc. Cf.
también Ven. Beda,
In Lc. Expos. I, cap. 2: PL 92, 330. Isaac de Stella, Serm. 31: PL 194, 1863 A.
[192] "Sub tuum praesidium".
[193] Conc. de Nicea II, año 187: Mansi, 13, 378-179; Denz., 302
(600-601). Conc.
Trident., Ses. 25; Mansi, 33, 171-172.
[194] Cf. Pío XII,
Nuntius radioph., 24 oct. 1954: AAS 46 (1954), p. 679. Litt. Encycl. Ad coeli
Reginam. 11 oct. 1954: AAS 46 (1954), p. 637.
[195] Cf. Pío XI,
Litt. Encycl. Ecclesiam Dei, 12 nov.
1923: AAS 15 (1923), p. 581. Pío XII, Litt. Encycl. Fulgens corona, 8 sept. 1953: AAS 45 (1953), pp. 590-591.
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