CAPÍTULO VI

LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

La Iglesia venera las Sagradas Escrituras
21. La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles. Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos va con amor al encuentro de sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y para sus hijos, fortaleza de la fe, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Perfectamente, por tanto, se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz" (Heb., 4, 12), "que puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados" (Hech., 20, 32; cf. 1 Tes., 2, 13).

Se recomiendan las traducciones cuidadosas
22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura. Por eso la Iglesia, ya desde sus principios, hizo suya la antiquísima versión griega del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, y conserva siempre con honor otras traducciones orientales y latinas, sobre todo la que llaman Vulgata. Pero como la palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia procura, con solicitud materna, que se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos originales de los sagrados libros. Y si estas traducciones, oportunamente y con el beneplácito de la autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo incluso con la colaboración de los hermanos separados, podrán usarlas todos los cristianos.

Deber apostólico de los católicos doctos
23. La Esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, se esfuerza en acercarse a una inteligencia cada vez más profunda de las Sagradas Escrituras, para alimentar continuamente a sus hijos con las divinas enseñanzas; por lo cual fomenta también convenientemente el estudio de los Santos Padres, así del Oriente como del Occidente, y de las Sagradas Liturgias. Los exegetas católicos y demás teólogos deben trabajar, aunando diligentemente sus fuerzas, para investigar y proponer las Letras divinas con los instrumentos oportunos, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio, de tal forma que el mayor número posible de ministros de la palabra puedan repartir fructuosamente al pueblo de Dios el alimento de las Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las voluntades y encienda los corazones de los hombres en el amor de Dios[35]. El sagrado Concilio anima a los hijos de la Iglesia dedicados a los estudios bíblicos, para que, renovando constantemente las fuerzas, sigan realizando con todo celo, según el sentir de la Iglesia, la obra felizmente comenzada[36].

Importancia de la Sagrada Escritura para la Teología
24. La Sagrada Teología se apoya, como en cimiento perpetuo, en la palabra escrita de Dios al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece continuamente, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología[37]. También el ministerio de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en la que es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.

Se recomienda la lectura de la Sagrada Escritura
25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, insistan en las Escrituras con asidua lectura sagrada y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios, que no la escucha en su interior"[38], puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina. De igual forma el santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos, en particular a los religiosos, a que aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo" (Fil., 3, 8) con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo"[39]. Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios que con la aprobación o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes. Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura, para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque "a El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas"[40].

Incumbe a los prelados, "en quienes está la doctrina apostólica"[41], instruir oportunamente a los fieles a ellos confiados, para que usen rectamente los libros sagrados, sobre todo del Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios, por medio de traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las explicaciones necesarias y realmente suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen con seguridad y provecho con las Sagradas Escrituras y se informen de su espíritu.

Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, con notas convenientes, para uso también de los no cristianos, y acomodadas a sus condiciones, y procuren los pastores de las almas y los cristianos de cualquier estado difundirlas discretamente.

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