CAPÍTULO III

INSPIRACIÓN DIVINA DE LA SAGRADA ESCRITURA Y SU INTERPRETACIÓN

El hecho de la inspiración y de la verdad de la Sagrada Escritura
11. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y del Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo (cf. Jn., 20, 31; 2 Tim., 3, 16; 2 Pe., 1, 19-20; 3, 15-16), tienen a Dios como autor, y como tales se le han confiado a la misma Iglesia[17]. Pero en la redacción de los libros sagrados Dios eligió a hombres, y se valió de ellos que usaban sus propias facultades y fuerzas[18], de forma que, obrando El en ellos y por ellos[19], escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería[20]. Puesto que todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación[21]. Así, pues, "toda la Escritura (es) divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y preparado para toda obra buena" (2 Tim., 3, 16-17 gr.).

Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
12. Habiendo, pues, hablado Dios en la Sagrada Escritura por medio de hombres y a la manera humana[22], el intérprete de la Sagrada Escritura debe investigar con atención qué pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo a Dios manifestar por sus palabras, para comprender lo que El quiso comunicarnos. Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a "los géneros literarios", porque la verdad se propone y se expresa de una manera o de otra en los textos de diverso modo históricos, proféticos, poéticos o en otras formas de hablar. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia, según la condición de su tiempo y de su cultura, por medio de los géneros literarios usados en su época[23]. Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las acostumbradas formas nativas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los hombres[24]. Y como hay que leer e interpretar la Sagrada Escritura con el mismo Espíritu con que se escribió[25] para descubrir el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender con no menor diligencia al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Toca a los exegetas esforzarse según estas reglas por entender y exponer más a fondo el sentido de la Sagrada Escritura, para que, como con un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Porque todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios[26].

Condescendencia de Dios
13. En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, salva siempre la verdad y la santidad de Dios, la admirable "condescendencia" de la Sabiduría eterna, "para que conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta comprensión ha usado al hablar, teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza"[27]. Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomando la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.

1 Cf. S. Agustín, De cathechizandis rudibus, c. IV, 8: PL 40, 316.
2 Cf. Mt. 11, 27; Jn. 1, 14 y 17; 14, 6; 17, 1-3; 2 Cor., 3, 16; 4, 6; Ef. 1, 3-14.
3 Epist. ad Diognetum, c. VII, 4: Funk, Patres Apostolici, I, p. 403.
4 Pío XI, Encícl. Mit Brennender Sorge, del 14 de marzo de 1937: A.A.S. 29 (3.008).
5 Conc. Araus. II, can. 7: Denz., 180 (377); Conc. Vat. I, l. c.: Denz., 1791 (3.010).
6 Conc. Vat. I, Const. dogmática De fide catholica, cap. 2 de revelatione: Denz., 1786 (3.005).
7 Ibidem: Denz., 1785 y 1786 (3.004 y 3.005).
8 Cf. Mrt. 28, 19-20; Mc. 16, 15. Conc. Trident., Sess. IV, Decr. De Canonicis Scripturis: Denz., 783 (1.501).
9 Cf. Conc. Trident., l. c.; Conc. Vat. I, Sess. III, Const. dogm. De fide catholica, c. 2 de revelatione: Denz., 1787 (3.006).
10 S. Ireneo, Adv. Haer., III, 3, 1: PG 7, 848; Harvey, 2, p. 9.
11 Cf. Conc. Nicaenum II: Denz., 303 (602); Conc. Constant. IV, Sess. X, can. 1: Denz., 336 (650-652).
12 Cf. Conc. Vat. I, Const. dogm. De fide catholica, c. 4 de fide et ratione: Denz., 1800 (3.020).
13 Cf. Conc. Trident., Sess. IV, l. c.: Denz., 783 (1.501).
14 Cf. Pío XII, Const. Apostol. Munificentissimus Deus, del 1 de noviembre de 1950: A.A.S. 42 (1950), 756, en relación con las palabras de S. Cipriano: "La Iglesia plebe aunada a su Sacerdote y grey adherida a su Pastor" (Epíst. 66, 8: Hartel, III, B. p. 733).
15 Cf. Conc. Vat. I, Const. dogm. De fide catholica, c. 3 de fide: Denz., 1792 (3.011).
16 Cf. Pío XII, Encícl. Humani Generis, del 12 de agosto de 1950: A.A.S. 42 (1950) 569; Denz., 2.314 (3.886).
17 Cf. Conc. Vat. I, Const. dogm. De fide catholica, c. 2 de revelatione: Denz., 1787 (3.006). Comm. Bíblica, Decr. del 18 de junio de 1915: Denz., 2180 (3.629); Enchir. Bibl., 420; S.S.C.S. Officii, Carta del 22 de diciembre de 1923: Enchir. Biblic., 499. 
18 Cf. Pío XII, Encícl. Divino afflante Spiritu, 30 de setiembre de 1943: A.A.S. 35 (1943) p. 14, Enchir. Biblic., 556.
19 En y por el hombre: cf. Heb., 1, 1; 4, 7 (en); 2 Sam. 23, 2; Mt. 1, 22 y frecuentemente (por); Conc. Vat. I, Schema de doctrina cathol., nota 9: Coll. Lac., VII, 522.
20 León XIII, Encícl. Providentissimus Deus, del 18 de noviembre de 1893: Denz., 1952 (3.293); Enchir. Biblic., 125.
21 Cf. S. Agustín, Gen. ad litt., 2, 9, 20: PL 34, 270-271; Epist., 82, 3: PL 33, 277; CSEL., 34, 2 p. 354. Santo Tomás, De Ver., q. 12, a. 2; cf. Conc. Trident., Sess. IV, De canonicis Scripturis: Denz., 783 (1501). León XIII, Encícl. Providentissimus: Enchir. Biblic., 121, 124, 126-127. Pío XII, Encícl. Divino Affllante Spiritu: Enchir. Biblic., 539.
22 S. Agustín, De civ. Dei, XVII, 6, 2: PL 41, 537; CSEL., XI, 2, 228.
23 S. Agustín, De doctrina christiana, III, 18, 26: PL 34, 75-76.
24 Pío XII, l. c.: Denz., 2.294 (3.829-2.830); Enchir. Biblic., 557-562.
25 Cf. Benedicto XV, Encícl. Spiritus Paraclitus, del 15 de sept. de 1920: Enchir. Biblic., 469. S. Jerónimo, In Gal. 5, 19-21: PL 26, 417 A.
26 Cf. Conc. Vat. I, Const. dogm. De fide catholica, c. 2 de revelatione: Denz., 1788 (3.007).
27 S. Juan Crisóstomo, In Gen. 3, 8, hom. 17, 1: PG 53, 134; "Adaptación" en griego se dice synkatábasis.

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